Vamos de camino hacia la pospandemia, una transición que nos acerca cada día más a una tímida vuelta a la normalidad que se empieza a palpar en el aire. Así, tras haber superado esta dura etapa, la heladería vuelve a situarse en la parrilla de salida para afrontar una campaña con ilusión renovada y muchas expectativas. Arte Heladero 201 también está influida por esta sensación de optimismo contenido, de esperanza restablecida tras una larga interrupción que también ha tenido su lectura positiva.
¿Pero por qué se habla de optimismo cuando la heladería no ha sido ajena a este fenómeno de gran impacto para la vida social y económica del país y del mundo en su conjunto? Porque el sector no solo ha sabido moldearse a los rigores del cambio con un aprendizaje y nuevos recursos en cartera, como el envío a domicilio, sino que además este escenario ha servido para redefinir la actividad de numerosas heladerías e incubar nuevos proyectos. Una empresa interesante que nace con la COVID-19 es Cremme, la marca de helados de los venezolanos José Antonio Casanova y Alessandro Laezza. Y un buen ejemplo de adaptación al cambio es Pau Pau, un obrador de venta a la hostelería en Alemania que con la COVID-19 sale en busca del consumidor final con nuevos productos y estrategia de medios sociales.
Como vemos en las páginas de este número la vitalidad y el dinamismo de la heladería en este período nos sitúan en un nuevo marco mental. Y lo más importante, invitan al más claro optimismo. En este contexto, la diversificación de la oferta es una de las tendencias que vuelve con fuerza a los contenidos de la revista. Una diversificación que afecta tanto al helado mismo como a los productos complementarios. En el primer caso encontramos los helados funcionales de Marco González y los postres helados para cáterin de Miguel Ángel Morillo. Y en el segundo se abren paso los originales gofres rellenos de Alfonso Malpica. Un botón de muestra de un momento que no puede ser más alentador.