Una de las asignaturas que el mundo del helado en general no termina de aprobar es la de conseguir la consideración de producto gastronómico. Para muchos consumidores, desgraciadamente, se trata solo de una golosina, un refrigerio, un premio para el niño obediente o un calmante para los más revoltosos. Y luego están los medios de comunicación, que siguen alucinando con el helado de alubias o de paella. El redactor lo prueba y dice ante la cámara, “es que realmente sabe a paella”, ante la satisfacción del heladero autor de la atrocidad. Si todo el valor gastronómico que podemos conferir a nuestro producto es semejante frivolidad, nunca nos tomarán en serio.
Desde Arte Heladero hemos insistido hasta la saciedad sobre la necesidad de que el heladero comunique a sus clientes la composición de los helados, el empleo de materias primas de máxima calidad, la precisión con la que se elabora el producto, en definitiva, la nobleza del helado bien hecho y las diferencias con otras “mezclas frías”. Pero para ello, como es lógico, hay que empezar por practicarlo. En otras palabras, si el heladero artesano no respeta ni su profesión ni su producto, menos aún lo harán los demás desde fuera.
El redactor lo prueba y dice ante la cámara, “es que realmente sabe a paella”, ante la satisfacción del heladero autor de la atrocidad.
Tampoco ayuda a la difícil causa de ennoblecer el helado la apariencia de una buena parte de los establecimientos de nuestro país. Y no me refiero únicamente a la vitrina, de la que ya hablaremos largo y tendido, si no a la decoración del local, del mobiliario, en definitiva, de eso que se denomina interiorismo. Sería interesante fijarse, a modo de ejemplo, en el nuevo concepto de la panadería artesana, y cómo ha ido dejando atrás esa imagen de despacho de pan, frío y despersonalizado. Ahora son espacios agradables, en los que el producto brilla como se merece. Y dicen que incluso el pan sabe mejor.
La misión no es imposible. Sería injusto negar los progresos experimentados durante los últimos años, merced al trabajo de los buenos heladeros, orgullosos de su profesión, respetuosos con su producto y generosos a la hora de compartir sus conocimientos. Estamos más cerca, aunque aún quizá demasiado lejos, de conseguir que el helado de verdad se sitúe de una vez por todas en el lugar que le corresponde.